A la memoria de tres ilustres universitarios
Por Psic. René Santoveña Arredondo
Si a la comunidad educativa de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM), conformada por sus estudiantes, trabajadores académicos, administrativos y de confianza, que debe de ser de poco más de 45 mil personas añadimos a quienes han egresado y se han jubilado de la institución, el conjunto debe agrupar a cientos de miles de seres humanos. Tomada bajo esta perspectiva, prácticamente todos los días fallece uno o más de los integrantes de esta gran comunidad. Cada una de esas muertes por sí mismas merecen todos nuestros respetos, con independencia del eventual dolor personal que sintamos, en caso de haber conocido a quien se ha ido.
Durante el transcurso de los meses de diciembre y enero recientes, al interior de ese universo de personalidades que perdieron la vida, quisiera evocar la de tres universitarios muy destacados dentro del ámbito en que desplegaron sus actividades. Haré una referencia breve a la trayectoria de cada uno de ellos y al valor de su presencia en la Universidad, de acuerdo a la fecha en que dejaron de estar con nosotros.
El 8 de diciembre, Rodolfo Quintero Ramírez, murió en la Ciudad de México. Estudió Ingeniería Química en la UNAM, una maestría también en Ingeniería Química en el Instituto Tecnológico de Massachusetts y un doctorado en Bioquímica en la Universidad de Manchester. Fue fundador del Centro de Investigaciones sobre Ingeniería Genética y Biotecnología de la UNAM, antecesor del Instituto de Biotecnología de la misma, ubicados en el campus Chamilpa de la UAEM.
El 4 de mayo de 1992 presentó ante el Consejo Universitario las iniciativas para crear el Centro de Investigación en Biotecnología (CEIB) y el doctorado en dicha materia, siendo aprobadas en esa fecha, convirtiéndose en el primer director del CEIB. Rodolfo Quintero fue un hombre afable, con gran capacidad de trabajo y espíritu pragmático. Promotor de múltiples proyectos exitosos en las que se encontraban ligadas la ciencia y la tecnología para el desarrollo. Fue consultor de la Unesco y miembro del Sistema Nacional de Investigación, Nivel III.
Pocos días después, el 26 de diciembre pasado, dejó de existir Gerardo Ávila García. Nacido en Cuernavaca el 5 de octubre de 1951, estudió Biología en la UAEM y obtuvo dos maestrías, una en la UNAM, en el área de Bioquímica, y la otra en la UAM-Iztapalapa, en Biología Experimental. También estudió el doctorado en el Centro de Investigaciones y Estudios Avanzados (Cinvestav) del IPN, en su Departamento de Fisiología, Biofísica y Neurociencias, presentando su examen doctoral en abril de 1987. No obstante este último dato, siempre firmó la documentación oficial como Maestro en Ciencias.
El 19 de diciembre de 1986, en sesión extraordinaria del Consejo Universitario, fue electo director de la Escuela de Ciencias Biológicas, la cual se transforma en Facultad durante su gestión. A invitación del Dr. Alejandro Montalvo Pérez, Rector de la UAEM (1988-1994), ocupa la Coordinación de Investigación y Posgrado, responsabilidad desde la cual impulsa la creación de la Escuela de Ciencias y el CEIB; más tarde, se convierte en Rector de nuestra máxima casa de estudios en el estado (1994-2000), período en el que la universidad alcanza un sorprendente desarrollo, tanto en la apertura de nuevas unidades académicas (Escuela de Humanidades, la de Artes, la de Farmacia, entre otras) y entidades de investigación (Centro de Investigaciones Químicas, el Centro de Investigación en Ingeniería y Ciencias Aplicadas y el Centro de Educación Ambiental e Investigación “Sierra de Huautla”), como en el fortalecimiento de su planta académica, a través de la contratación de nuevos profesores-investigadores de tiempo completo (todos con doctorado) y de la formación en posgrado de quienes ya tenían la categoría de tiempo completo.
Son muchos los que opinan que su gestión como rector marca un antes y un después para la universidad. Soy de los que suscriben esa opinión. Gerardo Ávila fue un ser humano reservado, de pocas palabras y muy fuerte de carácter. Al igual que Rodolfo Quintero, de quien era muy amigo, Gerardo Ávila siempre tuvo una gran capacidad de trabajo y era muy pragmático. No obstante lo señalado, siempre encontraba la forma de expresar sus sentimientos y profesar la amistad. Respetado y querido por la mayoría de la comunidad universitaria, espero que el enorme legado que nos prodigó sea plenamente reconocido por todos, sin ambages ni con posturas maniqueas.
El tercer universitario al que evocamos es a Víctor Rubio Herrera, quien perdiera la vida el 22 de enero pasado. Nacido en Ciudad Mante, Tamaulipas, el 9 de enero de 1952, se traslada a Cuernavaca para estudiar en la Escuela de Derecho en 1970.
Muy pronto sobresale por su trato abierto y liderazgo entre sus compañeros, incorporándose a las actividades de la Federación de Estudiantes Universitarios de Morelos (FEUM). El 13 de agosto de 1973 acude como consejero representante de la FEUM a sesión extraordinaria del Consejo universitario. Poco después lo hace ya como presidente de dicho organismo, en la sesión de dicho consejo del 13 de noviembre del año referido.
Durante un ejercicio como Presidente de la FEUM, tuvo una notable participación en cuanto a la donación que en 1974 hiciera el Lic. Luis Echeverría de su casa (“Los Belenes”) y terrenos aledaños en favor de la Universidad. A consecuencia de esas gestiones, Víctor Rubio llegó a tener acceso a “Los Pinos” y trato directo con el entonces Presidente de la República. De manera semejante sostuvo una relación cordial y respetuosa con el Lic. Carlos Celis Salazar, para aquel entonces Rector de la UAEM.
Desde entonces, la trayectoria de Víctor Rubio se desplegó entre la vida política y su colaboración con la universidad durante varios periodos, desempeñando tareas de relaciones públicas, coordinación del ejercicio del servicio social y la asesoría política. A principios de este siglo, la Junta de Gobierno lo nombró como Presidente del Patronato Universitario.
En el ejercicio de tales responsabilidades, los rasgos que le eran característicos fueron el trato firme, directo y franco, sabiendo cultivar la amistad de un modo sincero.
Les llevaremos en la memoria.

Foto: Archivo.