La historia detrás de la foto

Por Alexis Zagal, estudiante del 7º semestre de Medios Audiovisuales de la Facultad de Diseño, UAEM.

Trabajo resultado de la materia: Reportaje de investigación, 2024.

Algunas veces las personas se preguntan lo que pasó detrás de una foto, algunas veces no lo cuestionan y sólo halagan la fotografía. Me han pasado ambas cosas, soy Alexis Zagal, fotógrafo documental y de conciertos. Les contaré dos historias detrás de algunas fotos que tomé.

El día 5 de agosto del 2024 en Dandho Huichapan, Hidalgo, hice un viaje con una ganadería llamada Rancho el Linaje. Partimos cerca de las doce del día para llegar a tiempo a Hidalgo. Cuando llegamos bajé mi mochila, preparé mi cámara con un lente angular para tomar algunas fotografías de la plaza de toros media hora antes de que comenzara el evento.

Diez minutos antes del comienzo, fui a la parte trasera de la plaza para prepararme, cambié el lente a un famoso cincuenta milímetros, básicamente lo que hace este lente es que lo que ves, es lo más apegado a lo que ven tus ojos, es como tu vista, justo elegí ese lente por lo mismo.

Pasaron esos diez minutos y me metí al anillo que es la parte donde sale cada uno de los toros y es donde se encuentra el cajón en el cual meten al toro para que el jinete lo monte. Parte del anillo lleva un corredor y ahí siempre se forman los dueños de la ganadería y cuando ellos salen dan comienzo al espectáculo.

Salí de ese corredor antes para esperar la salida y tener un buen ángulo de los jinetes y ganaderos. El que narra los toros comenzó con la presentación de la cuadrilla, son los montadores.

Me hinqué sobre mi rodilla y comencé a capturar el momento, pasaba uno por uno, hacia mi lado derecho e iban formando un circulo sobre el anillo, después salió la gente de la ganadería y de igual manera con una rodilla en el suelo comencé a fotografiar, se saludaron con los jinetes, y ellos se quedaron en el cajón a la espera de que comenzara la “oración del jinete”.

Entonces me moví, los jinetes se empezaron a arrodillar, la gente se quitaba el sombrero, se lo pegaban al pecho, bajaban la cabeza y comenzaban a orar, esto para mi era un momento único, porque yo no sabía la cultura del jaripeo.

Eran tantos momentos por capturar, volteaba a todos lados, me quería salir del anillo y subirme a lo más alto de la plaza y tomar una foto,  muchas cosas pasaban por mi cabeza, no tenía reacción alguna, porque sentía que mi presencia con la cámara iba a molestar en plena oración, pero por memoria muscular me puse a caminar por el anillo, pasando cerca de cada jinete y tomándole uno a uno una foto, unos sonreían, otros estaban con los ojos cerrados y orando con el corazón, lo digo así porque yo lo veía y lo sentía, algunos jinetes sacaban sus imágenes de santos y pequeñas figuras de porcelana y las ponían en el suelo frente a ellos. No dejé pasar ningún momento, cada movimiento que hacían, cada foto que tomaba.

Con el narrador de fondo, la gente en total silencio, un respeto total hacia la profesión del jinete por parte de la gente fue algo totalmente nuevo para mí, pero esos momentos los capturé de la mejor manera, sin faltarles al respeto y tomando el mejor ángulo de cada uno de ellos, ese día vi cerca de cincuenta rostros distintos y a todos se les veía un coraje en el cual se debatía su vida y el llevarle algo de comer a su familia.

Mirarlos luchar tanto con el toro, agarrados con su mano al verijal y con las espuelas bien clavadas al costado del animal me hizo darme cuenta de que su profesión es verdaderamente difícil, son unos segundos los que están arriba del animal. Pero también son pocos segundos en donde un mal posicionamiento del cuerpo puede ocasionarles la muerte.

Hacemos que los segundos cuenten

 

Había momentos que cuando yo estaba fuera del anillo esperando la monta me ponía un poco nervioso, no por sacar una buena foto, sino porque temía ver que un jinete sufriera un mal golpe. Recuerdo cuando hice una foto que me costó mucho, porque la locación es sumamente fría, fue en San Miguel de Ajusco.

Ese día que llegué junto con el ganadero hacia muchísimo frío, mis labios se resecaban en poco tiempo, comenzaba a sacar vapor por la boca y la nariz, mi cuerpo empezaba a temblar. Qué más podría salir mal, pensé y comenzó a llover.

Al bajar la temperatura los caballos que estaban al borde del anillo comenzaban a relinchar por el frío y los jinetes mejor optaron por irse.

Mientras tanto, comencé a dar mi rondín con la cámara para ver lo que iba hacer, tomé fotos de toda la plaza, el tapete de aserrín que siempre se le coloca al anillo, que por cierto estaba muy bonito, era un escudo dorado junto con un toro reparando hecho en ese momento para el espectáculo.

También en ese evento conocí a los Lobos de Michoacán que tienen una presencia muy importante, la forma en que ellos caminaban, como hablaban, el ganadero les decía qué toro iba contra tal jinete y ellos lo aceptaban.

Pasados unos diez minutos de que elegían dio comienzo el espectáculo. Siempre salgo antes para posicionarme en el mejor lugar y agarrar de frente a todos, tanto a jinetes, como a caporales y ganaderos. Ese día no fue la excepción.

Salían todos los jinetes y ganaderos, yo tenía las manos super frías, me costaba apretar el disparador de la cámara, llegó un momento en donde no sentía si apretaba el disparador de la cámara y fue lo que más me preocupó porque sólo era el comienzo del espectáculo y ya no sentía mis manos.

Pasó la oración del jinete y las montas iniciaron, me salía del anillo para ponerme en un ángulo en donde viera el cajón y tuviera la mejor vista. Salió el primer toro, el jinete entró al anillo con mucha seguridad, se hincó frente al cajón y comenzaba a rezar mientras se meneaba de un lado a otro con sus piernas para mantenerse en movimiento. Yo hincado en una rodilla captando cada uno de sus movimientos para que la foto se viera dinámica y que comunicara fortaleza y seguridad.

Mientras él estaba preparándose yo estaba al tanto de todo lo que hacía, mi rodilla estaba en el lodo, mis pies doblados de la punta para permanecer lo más estable posible y por el frío mi cuerpo me comenzaba a temblar, pero sólo escuchaba el bullicio de la gente y al narrador presentando al jinete.

Al momento que se subía al cajón yo cambiaba a modo ráfaga para sacar siete fotos seguidas lo más rápido posible, y es que en la foto de ganadería la salida del toro es lo más importante, porque es un momento en donde todos están a la espera de lo que va a pasar y uno se da cuenta en las caras porque son muy expresivas a la hora de la salida.

Cuando llegó el décimo y último toro de la noche tuve un problema, mi memoria de la cámara comenzó a fallarme, en esos casos un consejo que les doy es que rápidamente cambien de memoria y que no intenten averiguar qué es lo que sucede, porque hay mucho qué contar de por medio.

Una vez que se acaban los diez toros, cada uno agarra sus cosas y se va, en mi caso salí corriendo hacia la camioneta y me abrigué como nunca.

Para finalizar con estas dos anécdotas me quedo con una frase que me dijeron los Lobos de Michoacán: “no contamos los segundos, hacemos que los segundos cuenten”.

Para mí ha sido una de las formas más acertadas de resumir este trabajo. Los jinetes me mostraron la belleza de amar el jaripeo, por la fortaleza que tiene y en la forma en que afrontan lo que venga. Me enseñaron que, por más que duela el cuerpo, hay que seguir parándonos cada día, me enseñaron a creer en algo, sea lo que sea, hay que depositar la fe en algo o alguien, como fotógrafo de jaripeo no solo aprendí cosas técnicas, sino que aprendí cosas para la vida.

La foto de concierto

 

De regreso a casa y por azares del destino sonó una canción en la radio y era de Los Ángeles Negros, me puse a investigar y a buscar la manera de ser su fotógrafo porque venían al Teatro Ocampo.

Entonces, se me ocurrió mandarles un mensaje por Facebook. Tenía muchos nervios, pero lo mandé con mucha fe, y es que yo sabía que a mi papá le gusta y que estaría muy feliz si yo fuera su fotógrafo.

Al día siguiente me contestaron, me pidieron portafolio de fotografía de concierto, yo mandé fotos del grupo los ASKIS, a quienes también tuve la oportunidad de fotografiar antes. Creo que quedaron contentos, porque me citaron.

Ese día estaba feliz, supe que me tenía que preparar para tomar unas buenas fotos, entonces me puse a buscar referencias de conciertos y a estudiar su estilo.

Un día antes no pude dormir por la emoción y el nerviosismo, mi papá me dijo que solo hiciera lo que sé hacer. Eso me ayudó para calmarme y estar concentrado.

Llegó el día. Llegué media hora antes de la cita y el representante me dijo: “qué puntualidad, eso me gusta”.

Sabía que era un acierto, lo que no sabía era que iba a estar bajo prueba, porque llegó otro muchacho hora y media después de mí, lo curioso es que a el no le dio permiso de tomar fotos, sino que lo sentó y lo hizo esperar hasta después del soundcheck.

Los artistas comenzaron a llegar y me sentía bien porque ellos se acercaban y me decían: “ya llegó el de Televisa, haznos ver guapos”, bromeaban conmigo y yo con ellos.

El señor que estaba a cargo del lugar se dio cuenta, se me acercó y me dijo que solo disfrutara del soundcheck, pero en lugar de esperar, me paré y comencé a sacar las mejores fotos que podía, estaba un guitarrista y detrás de él había una bola disco, me hinqué y desde abajo lo capturé todo y la foto salió espectacular, la luz hacía ver todo místico.

Repetí ese proceso con todos los integrantes, jugando con las luces que estaban, salieron geniales.

Al final del souncheck el productor me dijo que me podía ir y que me vería más tarde en la noche. Regresé a mi casa y vi a mi papá y le dije que iba a ser el fotógrafo de Los Ángeles Negros, se puso realmente feliz de que lo había logrado.

En ese momento entendí lo que escuchaba del señor Borges: “soy desagradablemente sentimental, soy un hombre muy sensible pero cuando escribo trato de tener cierto pudor, ¿no? Como escribo por medio de símbolos nunca me confieso directamente”.

En ese momento me di cuenta de que mi tipo de fotografía no era solo mía, eran los sentimientos de mi papá y la felicidad de lo que su hijo había logrado, así es de especial, no eres totalmente tú, son los sentimientos de las personas que retratas, porque detrás de la cámara uno carga muchas cosas.

Partí hacia el teatro y vi a muchísima gente en espera a que saliera a cantar el grupo, todavía esperé cerca de diez minutos y dio inicio el espectáculo.

La atmósfera cambió totalmente a una escena romántica, me empecé a mover por todo el teatro, cuando tenían notas altas yo me acercaba al escenario y buscaba retratar la expresión de su forma de ser.

Una buena foto que recuerdo mucho es una donde un integrante se puso debajo de una luz del lado derecho del escenario y yo estaba del lado contrario, de perfil, la lámpara la tapaba con su cuerpo, pero se le hacia un borde que remarcaba su silueta, mientras que detrás de él se formaba un halo de luz azulado. Estaba en el lugar y momento correcto.

Cuando finalizó el concierto me sentí rotundamente bien, hablé con el productor y me dijo que nos veríamos la próxima vez que visitaran Cuernavaca, ahí supe que había hecho un buen trabajo que hablará por mí.

Soy de la firme idea de que no necesitas un gran equipo, ni la mejor iluminación o la mejor cámara, ni si quiera el mejor escenario para lograr buenas fotos, lo que uno necesita es saber transmitir lo que sientes con las herramientas que están a tu alcance.

De niño jamás pensé que mi gran afición sería la fotografía. Soñaba con ser otra cosa, jamás me pasó por la cabeza tomar fotos y las que tomaba eran bastante malas, lo hacía sin razón alguna, hasta la fotografía diez mil.

Tal como lo leí en un artículo del señor Henri Cartier Bresson, donde dice: “tus primeras diez mil fotografías serán tus peores fotografías”, y es cierto, aprendemos al ser constantes.

No es tener golpes de suerte, si lo lograste es por ser aguerrido, por buscar oportunidades y ser un buen fotógrafo. Para despedirme les dejo con la frase que vi del maestro Joel Strasser: “un buen fotógrafo debe de amar más a la vida que a la propia fotografía”.

Fotos: Cortesía.